La escuelas rurales, además de ser vida para los pueblos, se revelan como centros donde se innova casi por obligación. En los últimos años han sufrido el embate de la crisis en forma de cierres. Algunos nuevos gobiernos regionales tratan de detener su caída.
Corren tiempos regulares para las escuelas de los pequeños pueblos. Con un número de alumnos y alumnas muy escaso, suponen una cierta inversión para las administraciones. Con la crisis muchas comunidades autónomas optaron por el camino más corto. Es más barato poner un autobús para desplazar a los chicos y chicas de un pueblo a otro, que mantener todo un centro abierto. También las hubo que se quedaron sin alumnos.
Pero este curso, con el cambio de poder del pasado mayo en varias regiones, al tendencia se está invirtiendo. Al menos un poco. Castilla-La Mancha ha reabierto 20 escuelas que cerró el anterior gobierno, Aragón ha rebajado la ratio mínima de alumnos par evitar la clausura de algunos centros.
Además de suponer vida para los pueblos, quienes la han estudiado destacan el valor pedagógico de estos centros con sus aulas multigrado, la mezcla de edades que enriquece a los niños; la posibilidad, la obligación casi, de trabajar con metodologías más participativas y dinámicas, según explica Roser Boix, decana de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona y antigua maestra de una escuela rural. También tiene sus dificultades, como la mezcla de cursos diferentes en un mismo aula, o que los materiales didácticos e incluso currículos suelen ser «urbanocéntricos».
Quienes trabajan en o con este tipo de centros insisten en remarcar un mensaje: «La escuela rural no es mejor ni peor que la urbana, es un concepto diferente igual de válido. Solo necesita otros recursos y organizarse de manera diferente», según resume José Ignacio Martínez, director del CRA Sierra de Alcaraz, en Albacete.
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Noticia aparecida en Periódico Escuela nº 4.074 del 29/10/2015
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