Si lo lingüístico es personal y lo personal es político, en la medida en que los usos del lenguaje constituyen una acción humana con unos u otros efectos subjetivos y culturales, la educación lingüística debiera fomentar no solo la adquisición de competencias comunicativas en las aulas, sino también el aprendizaje de una ética democrática de la comunicación que favorezca la equidad y la convivencia armoniosa entre las personas, entre las lenguas y entre las culturas.
El aula es un escenario comunicativo donde es posible aprender otras maneras de convivir sustentadas en el aprecio democrático de la diversidad lingüística y cultural.
Puedes hacer click aquí para leer el artículo de Carlos Lomas al completo. Publicado por Cuadernos de Pedagogía, en su número 465.
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